Nació el 22 de diciembre de 1761. Fue bautizado en la parroquia de San Mateo de Lucena, donde su padre, don Francisco Toral de Almarza, abogado ante los Reales Consejos, ejercía la vara de alcalde mayor. Como detalle muy del siglo XVIII, su padrino fue un teniente de Granaderos del Regimiento de Bujalance llamado don Antonio Polo y Valenzuela. Los Toral procedían de Úbeda. Lo sabemos gracias a los estudios de don Enrique Toral y Peñaranda, cofrade extranumerario de la Santa Capilla, y de don Ginés Torres Navarrete, a los que debemos estos datos biográficos y buena parte de los que siguen. Abrieron casa en Jaén en la primera mitad del siglo XVIII. Pertenecían a un medio social ya desaparecido, situado entre la vieja burguesía, formada por letrados y poseedores de oficios públicos, y la hidalguía. Algo no demasiado alejado de lo que los franceses llaman noblesse de robe. Los Toral constituyeron un linaje de hombres de leyes que mantuvo una sólida continuidad durante los siglos XVIII, XIX, XX y así, en su descendencia, hasta hoy. No debe extrañarnos, por tanto, que don José Antonio Toral estudiase Derecho en la Universidad de Granada y, una vez obtenido su título, aprobase los preceptivos exámenes en el Consejo de Castilla para ser recibido como abogado en los Reales Consejos. La abogacía era un camino que abría evidentes posibilidades de ascenso y promoción social. Don José Antonio Toral contrajo matrimonio el 25 de julio de 1792 con doña Juana Ramona Carrillo y Cobo de la Hoya, mujer de cuna hidalga, hija de don Diego Carrillo de Monroy, señor de Sancho Íñiguez. La ceremonia se ofició en la parroquia del Sagrario, en Jaén. Ingresó, junto a su hermano, don Francisco de Paula Toral, también abogado además de clérigo, en la Santa Capilla de San Andrés, institución en la que don José Antonio fue consiliario de elección desde noviembre de 1804 y diputado al año siguiente. Justo es recordar que don Francisco de Paula fue su gobernador entre 1817 y 1818.
Además de su profesión de abogado, José Antonio Toral fue procurador general y síndico del Concejo de Jaén. Eran oficios antiguos que habían sido revitalizados por la política reformista e ilustrada de Carlos III. Su cometido era velar por el bien de la ciudad y de sus vecinos. Conocemos, por un estudio de don José Antonio de Bonilla y Mir, un dictamen de su autoría relacionado con la concesión de las varas del Estado Noble de la Santa Hermandad. Zanjó una de esas polémicas que animaban la vida de nuestros antepasados en el Jaén del ya declinante Antiguo Régimen.
El 30 de julio de 1805, en su madurez, don José Antonio Toral fue nombrado abogado del Consejo. Había fallecido el anterior letrado, don Agustín Ximena, y se debía designar sucesor para tan relevante puesto. Se presentaron seis aspirantes entre los que se encontraban competidores anda desdeñables como don Juan Nepomuceno Lozano*. Presidía el Cabildo don Antonio María de Lomas, corregidor de Jaén al que mataron en confusas circunstancias, “a fusilazos” dijeron, en los primeros días de la Guerra de la Independencia. Don José Antonio Toral contó con el voto favorable de varios caballeros veinticuatro vinculados a la Santa Capilla o a la colación de San Andrés, como don Ramón de Torres Mondragón, don Gabriel de Ceballos, vizconde de Los Villares, don Agustin de Uribe y don Francisco de Torres Coello. Era escribano del Cabildo, don Bernardo Francisco de Charte. También estuvo presente en la elección, aunque se abstuvo en la votación por su notorio parentesco, el veinticuatro don Alonso Carrillo. Es de justicia reconocer que no iba mal patrocinado don José Antonio.
Tenía entonces cuarenta y cuatro años y se desplegaba ante él un panorama prometedor: una carrera consolidada, un entronque con la hidalguía de Jaén, un más que saneado patrimonio y la distinción que suponía ser hermano de la Santa Capilla de San Andrés, además de pertenecer a su Junta de Gobierno. Pero nada es para siempre y todo es mudable como una pavesa al viento. De manera que, unos meses después, el ocho de marzo de 1806, tocaban a difuntos por don José Antonio. Murió en su casa de la calle Pilar de la Imprenta. Su viuda, la hija del señor de Sancho Íñiguez, le sobrevivió muchos años y vivió allí hasta su muerte en 1851, cuando el mundo ya había cambiado para siempre.
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Ángel Aponte Marín, Publicado en Siempre, Boletín de la Santa Capilla de San Andrés, 4, abril de 2021.
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