lunes, 18 de enero de 2016

EL ARCIPRESTE DON EZEQUIEL MUDARRA

Don Ezequiel Mudarra Romero (1867-1934)

Nació en abril de 1867 en Charilla, una aldea de Alcalá la Real, al sur de la provincia de Jaén. No era un lugar desde el que fuese fácil iniciar una gran carrera pero sus indudables cualidades intelectuales, además del oportuno parentesco con don Prudencio Mudarra Párraga -su tío, marqués consorte de Campoameno, diputado a Cortes y rector de la Universidad de Sevilla- le permitieron ocupar una posición notable en su tiempo y de gran relevancia entre los suyos. La historia de don Ezequiel bien podría haber sido la de un hombre de siglos anteriores. Todavía, incluso, en la España de la Restauración, la carrera eclesiástica, la condición de jurista, las armas, la administración o la Corte eran los caminos habituales para la promoción personal y social. Don Ezequiel eligió el sacerdocio aunque, como veremos, fue también letrado, capellán castrense, secretario y, a su manera, cortesano.

Don Ezequiel se formó en los seminarios de San Felipe Neri de Baeza y de San Cecilio en Granada. En 1891, con veinticuatro años, era ya presbítero. Hizo una buena carrera eclesiástica y, podríamos decir, mundana gracias a su preparación intelectual y sus buenas relaciones. Tenía varios títulos académicos: bachiller en Artes, licenciado en Teología, en Filosofía y Letras y en Derecho. La relación de asignaturas que estudió y superó durante su época estudiantil  no deja de producir asombro y desmiente el tópico de un clero mal preparado. Ejerció, además, como catedrático de Literatura en el Seminario de Jaén, entre 1892 y 1896, y como auxiliar de una cátedra de Instituto en Sevilla. Dentro de la carrera eclesiástica, fue capellán castrense y capellán del Hospital Militar de Santa Cruz de Tenerife en 1895. Opositó y ganó una canonjía en de la Iglesia Magistral del Sacromonte de Granada. En 1906 era ya beneficiado de la Catedral de Sevilla, en 1909 obtuvo otro beneficio en Madrid, en 1916 ascendió al arciprestazgo de Sevilla y en 1928 alcanzó la dignidad de deán de Madrid.

Aunque tales prebendas no eran asunto menor, unos de los cometidos más sobresalientes de don Ezequiel fue su condición de secretario particular de la infanta Doña Eulalia de Borbón, hija de Isabel II, casada con Don Antonio de Orleans, y de sus hijos los infantes Don Alfonso y Don Luis de Orleans. Era un hombre especialmente valioso pues su formación le permitía ser, al mismo tiempo, confesor, director espiritual, secretario, apoderado y, por su condición de abogado, colegiado en Sevilla y Madrid, consejero legal. Don Ezequiel acompañaba a los infantes en sus viajes, bien a Madrid o a Sanlúcar, los recibía a su vuelta de Inglaterra, o cuidaba de ellos cuando Doña Eulalia estaba de viaje. También contó con la confianza de la infanta Doña Beatriz de Sajonia-Coburgo-Gotha, casada con Don Alfonso de Orleans. La cercanía de don Ezequiel fue decisiva momentos especialmente delicados, como cuando acompañó a Don Alfonso, en 1919, al traspaso del Palacio de su padre, Don Antonio de Orleans, en Sanlúcar, y a la verificación del inventario de numerosas y valiosas obras de arte que allí había, incluidos cuadros de Velázquez, Murillo y Goya, o de los sucesos relacionados con la muerte de del citado Don Antonio, distanciado de su familia.

El caso de don Ezequiel, nacido en una aldea y procedente de una decorosa burguesía rural, era digno de admiración. Sus tareas al lado de personajes tan complejos, desasosegados y peculiares como los Orleans debían de ser tarea muy difícil. Eran tiempos en los que la cercanía a las familias reales, aún en sus ramas secundarias, aportaba influencia, poder y, sobre todo, mucho brillo. Después de la Gran Guerra todo esto comenzó a cambiar pero en España tal situación se mantuvo unos años más. El grado de confianza del clérigo con los Orleans era tal que llegó a construir una casa en Frailes con la esperanza, creo que defraudada, de que tan ilustre y complicada familia se hospedase allí y, de paso, se beneficiase de las aguas de un balneario cercano. La casa -grande, principal y todavía conservada-  era quizás demasiado sencilla para unos infantes acostumbrados a otras grandezas y pompas a los que poco les podía atraer pasar temporadas en un pueblo de Jaén. Don Ezequiel tuvo actividades financieras, en 1933 formaba parte del Consejo de Administración de la compañía de seguros Minerva, presidido por el conde de Colombí, como asesor jurídico. Se conservan fotografías, publicadas en la prensa económica de la època, de la inauguración de la sede de dicha entidad en Madrid, en alguna aparece don Ezequiel, ya mayor, con gesto inteligente y desconfiado

La llegada de la II República debió de provocar tremendas congojas en don Ezequiel. Su mundo -católico, monárquico e incluso cortesano- se desmantelaba. No se arredró y su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos se puso en marcha. Se adivina el pragmatismo de don Ezequiel desde el primer momento. Es más, trató de congraciarse con el nuevo régimen. Frente a los tópicos al uso, ésta fue, en la medida de lo posible, la actitud de la jerarquía católica. El 16 de abril de 1931, dos días después de la caída de la Monarquía, don Ezequiel, como deán de Madrid y don Juan Aguilar Jiménez, en nombre del Cabildo Catedralicio, entregaron a don Fernando de los Ríos, ministro de Justicia, una copia del acta en la que la diócesis de Madrid-Alcalá "por unanimidad" aceptaba el nuevo régimen "cualesquiera que fueren las excitaciones belicosas que se les dirigieren en ese sentido"* Don Ezequiel llegó, incluso, a publicar en un periódico republicano un comprometido análisis del desenlace de las elecciones a Cortes constituyentes de junio de 1931** que dieron una victoria clara a las izquierdas. En su escrito atacaba sin reservas a los candidatos monárquicos, justificaba el rechazo que causaban en el pueblo "los hombres representativos del antiguo caciquismo que deshonró al país y engendró la dictadura", consideraba que las derechas habían presentado candidatos "disfrazados" de las viejas oligarquías y advertía al Gobierno que "el peor enemigo son estos reptiles escurridizos tan propicios a la metamorfosis". También ensalzaba a Lerroux, mostraba su admiración por la organización electoral de los socialistas y extraía unas "consoladoras enseñanzas", de los resultados de los comicios. Abogaba por que las Cortes adoptasen una política centrista y proponía a Gregorio Marañón como presidente de la República. Tras leer su artículo nadie pensaría que Don Ezequiel había sido hombre de la confianza de personas de sangre real o quizás mantuviese una mala opinión de Alfonso XIII precisamente por su mala relación con los Orleans. Con todo, don Ezequiel, que tanta intuición tuvo, hombre de sagacidad probada, pecó de ingenuo y es posible que de maniobrero. Ni los tiempos ni los modos eran ya los de la Restauración que tanto decía detestar y en la que él vivió sin mayores problemas. Su condición, por mucho que él lo intentase, no encajaba con el nuevo régimen. Así, fue objeto de una acusación por parte de la prensa republicana y, al parecer, del Fiscal General de la República, en 1932, por la presunta y rocambolesca desaparición de uno de los dos testamentos del infante Don Antonio de Orleans, hecho que relacionaron con un supuesto hijo natural de éste. Desconozco el final de este asunto aunque don Ezequiel negó con contundencia cualquier irregularidad al respecto**. No era la primera vez que mantenía polémicas en la prensa.

Don Ezequiel murió en Madrid el 24 de abril de 1934. Dios le ahorró vivir la Guerra Civil y conocer el asesinato de su hermano en Frailes por militantes de izquierdas. Allí se conserva su panteón, testigo de otro tiempo. 

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*Se recoge en Álvarez Tardío [et al.] "Nuevos estudios sobre la cultura política en la II República Española, 1931-1936" y en Cárcel Ortí, V. La persecución religiosa en España durante la II República (1931-1939), Rialp, 1990.
**Crisol, 7 de julio de 1931. No daba puntada sin hilo don Ezequiel, era el periódico afín a la Agrupación al Servicio de la República.
***Luz, 22 de febrero y 5 de marzo de 1932

VENTA DE AGUARDIENTE (1749)

El aguardiente era un producto de consumo general. En Jaén, a mediados del siglo XVIII, había al menos diez puestos en los que se despachaba...