sábado, 27 de febrero de 2016

PICARESCA, PESCADO Y EPIDEMIAS





En los  siglos XVI y XVII el gobierno municipal controlaba la comercialización del pescado en la ciudad. Todos los años, para su despacho, arrendaba las correspondientes tablas a varias pescaderas encargadas de venderlo. En 1593 éstas padecieron repetidos hurtos de pescado perpetrados por pícaros y descuideros. El Cabildo decidió "para que las pescaderas puedan mas vender el pescado sin que las personas que acuden a comprarlo se lo hurten y lleven, que en las dichas pescaderías se hagan unas rejas de palo para derivar a la gente que llegue a comprar, y de dentro pasa a los pasilos"*. Las pescaderas eran de armas tomar y famosas por sus modales rudos. Para apaciguarlas mandaron a los caballeros veinticuatro don Antonio de Leiva y don Juan de Moya y Valenzuela y al jurado Alonso Gutiérrez de Olivares. No sé si es casual el hecho de que el primero, don Antonio de Leiva, fuese capitán y un tipo enérgico y que, por tanto, fuese enviado a esa misión que podría considerarse de riesgo.

Otra fuente de disgustos, relacionada con el pescado, procedía de la creencia de que éste era un vehículo de contagio de la peste, al proceder del puerto de Málaga. Una medida frecuente, cuando había peligro de epidemia, era interrumpir todo contacto con dicha ciudad  pues, no sin razón, se consideraba que era vía de entrada de muchos contagios. En mayo de 1637 contaban en el Cabildo municipal: "la peste que dicen hay en Málaga tiene amedrentada mucho á ésta Corte temiendo que el contagio del aire no pase a infestarnos y desolar la tierra". En consecuencia "mandó en el tiempo de la peste no entrase el pescado de Málaga desde fin de mayo hasta noviembre siguiente". Se atribuía, en este caso, el brote de peste a un buque inglés que había traído "trigo mareado", es decir, en mal estado.  El pescado que se consumía en aquella época era normalmente abadejo o bacalao salado, como el que ofrecieron a Don Quijote en una venta, pero tampoco era inusual la venta de pescado fresco traído de la costa y conservado con nieve. Los obstáculos impuestos a la comercialización del pescado perjudicaron a asentistas, consumidores y vendedores al por menor. Esto llevó a que el Cabildo rebajase, en 1638, el precio de los alquileres de los puestos del mercado. El consumo de bacalao o abadejo se acrecentaba de manera evidente durante la Cuaresma**.
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*Sobre la reja de palo y los hurtos: Pedro de Jaén, "Papeles Viejos", Senda de los Huertos, número 37, 1995.


martes, 23 de febrero de 2016

EL HIDALGO Y EL OLVIDO (1707)

Don Manuel de Zambrana y Dávalos fue un hidalgo de Linares que vivió entre los siglos XVII y XVIII. Su mundo fue el del reinado de Carlos II. Imaginamos a don Manuel con su ropilla negra, el pelo largo y la espada ceñida. No debía de ser hombre alegre ni de muchas palabras. Cuando testó dio las oportunas instrucciones acerca de su entierro y exequias que debían efectuarse en Linares. Eligió como sepultura el Convento de San Juan de la Penitencia "por allarse como se allava con los demás sus hermanos fundadores de dicho convento". Por mortaja eligió el hábito de San Francisco "para ganar sus santos perdones". Pidió que su cadáver fuese acompañado por la Cruz de la parroquia de San Francisco, los cofrades de San Pedro y San Pablo y los frailes franciscanos. El cortejo estaría, además, alumbrado por ocho pobres con hachas en la mano. Después, cada uno de ellos, recibiría un vestido nuevo de paño de la tierra. Las misas por su alma se oficiarían en la ermita de Jesús del Llano de Baños de la Encina, en La Peñuela, en el Colegio de la Santísima Trinidad de Baeza y en las ermitas y santuarios de Linares. Después sólo quedaba el olvido.*
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*Archivo Histórico Provincial de Jaén, legajo 15.139, escribano Eufrasio Diego de Ahumada, folio 63 (1707)

VENTA DE AGUARDIENTE (1749)

El aguardiente era un producto de consumo general. En Jaén, a mediados del siglo XVIII, había al menos diez puestos en los que se despachaba...