El aguardiente era un producto de consumo general. En Jaén, a mediados del siglo XVIII, había al menos diez puestos en los que se despachaba tal bebida, la mitad de éstos regentados por mujeres. Eran los siguientes:
Calle de la Custodia, a cargo de María de Castro.
Caños de San Pedro: a cargo de Leonor de Vico.
Puentezuela: a cargo de Francisco de Cárdenas.
Los Morales: a cargo de Francisco Callejón.
Pastelerías: a cargo de Francisco de Archillas.
Junto a la Ermita de San Antonio de Padua: a cargo de Elena de Archillas.
Callejuela del Baño: a cargo de doña Ana Ladrón.
Espartería: a cargo de María Antonia González.
Plaza del Mercado: en la que despachaba Juan Palacios.
Fontanilla: a cargo de Luisa Colorado.
Por la concesión de las correspondientes licencias para vender "aguardiente y demás licores" estos vecinos pagaban al Concejo 5.918 reales. El aguardiente estaba, además, sujeto a determinados impuestos que estaban arrendados a don Francisco de Llamas, don Fernando Téllez, Francisco Caballo y, como fiador, don Francisco de Andújar. Junto a los citados puestos había un número indeterminado de cosecheros eclesiásticos, tanto seculares como regulares, que vendían aguardiente en sus casas.
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