viernes, 26 de abril de 2024

DON ALFONSO MONGE AVELLANEDA

 

(Imagen: Creative Commons Reconocimiento 3.0. Información obtenida del Portal de la Junta de Andalucía, Biblioteca Digital Andaluza. Procede de Don Lope de Sosa, 1915, p. 121, abril, 1915)

Nació en 1876, el año en que se aprobó la Constitución de Cánovas. Me pregunto si lo bautizaron con ese nombre en honor a Alfonso XII. Era natural de Pozo Alcón y, si bien nunca olvidó su origen, su vida estuvo unida a Jaén donde vivió en las calles Abades, Camarín de Jesús y Martínez Molina. Por su biografía, deduzco que fue un hombre inquieto, muy sociable, despejado y de probada capacidad de superación. Gracias a estas cualidades y a una formación ganada a pulso, ocupó puestos de relevancia en la sociedad giennense de la Restauración.  Fue socio fundador del Tiro Nacional, directivo de la Cruz Roja, presidente del Casino de Artesanos, miembro de la Junta Provincial de Turismo y vocal del Patronato Nacional de Turismo, directivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País y miembro de la Asociación de la Prensa de Jaén que presidió en 1926 y 1935; fue asimismo alcalde de Jaén en 1916, presidente de la Diputación en 1929 y gobernador de la Santa Capilla en 1922-1923. Militó en el Partido Conservador y, llegado el momento, apoyó la dictadura de Primo de Rivera, etapa en la que, como he indicado, fue nombrado presidente de la Diputación Provincial y, durante un breve período, en 1927, componente de la Asamblea Nacional. Durante la II República, cuando vinieron tiempos difíciles,  mantuvo sus convicciones monárquicas y fue seguidor de José Calvo Sotelo. 

Contó con muchos amigos, participó en innumerables banquetes, homenajes y saraos, viajó con frecuencia a Granada y Madrid y tuvo, asimismo, aficiones literarias y firmaba sus artículos con el pseudónimo de Asmodeo. Representó lo mejor de la alegría de vivir de la Restauración. Francisco Villaespesa le dedicó un poema, decadente y un poco macabro, titulado ‘Presentimiento’ que comenzaba: Ya pronto moriré, tiembla mi pecho / como agónica lámpara la vida./ Cuando mi cuerpo rígido se hiele / y se vidrie el cristal de mis pupilas,/ cubre mi rostro con aquel pañuelo /- blanco sudario de pasadas dichas-/ Que enjugó tantas veces nuestras lágrimas / en la noche fatal de mi partida”. Dios sabe lo que pasaría por la cabeza de don Alfonso, al que imagino tan jovial, cuando recordase versos tan agoreros. Quizás, de vuelta a su casa, por las calles de aquel Jaén de los años veinte y treinta, al caer la tarde o ya de noche cerrada, cavilaba resignado sobre este trago que a todos nos aguarda. Murió en 1935.

(Ángel Aponte Marín, Siempre, Santa Capilla de San Andrés, núm. 20, marzo de 2024)


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