martes, 23 de febrero de 2016

EL HIDALGO Y EL OLVIDO (1707)

Don Manuel de Zambrana y Dávalos fue un hidalgo de Linares que vivió entre los siglos XVII y XVIII. Su mundo fue el del reinado de Carlos II. Imaginamos a don Manuel con su ropilla negra, el pelo largo y la espada ceñida. No debía de ser hombre alegre ni de muchas palabras. Cuando testó dio las oportunas instrucciones acerca de su entierro y exequias que debían efectuarse en Linares. Eligió como sepultura el Convento de San Juan de la Penitencia "por allarse como se allava con los demás sus hermanos fundadores de dicho convento". Por mortaja eligió el hábito de San Francisco "para ganar sus santos perdones". Pidió que su cadáver fuese acompañado por la Cruz de la parroquia de San Francisco, los cofrades de San Pedro y San Pablo y los frailes franciscanos. El cortejo estaría, además, alumbrado por ocho pobres con hachas en la mano. Después, cada uno de ellos, recibiría un vestido nuevo de paño de la tierra. Las misas por su alma se oficiarían en la ermita de Jesús del Llano de Baños de la Encina, en La Peñuela, en el Colegio de la Santísima Trinidad de Baeza y en las ermitas y santuarios de Linares. Después sólo quedaba el olvido.*
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*Archivo Histórico Provincial de Jaén, legajo 15.139, escribano Eufrasio Diego de Ahumada, folio 63 (1707)

2 comentarios:

  1. Mucha era la importancia que la gente con posibles daba en aquellos tiempos a sus restos mortales . La mayoría de los testamentos empezaban o terminaban con las instrucciones de lo que tenía que hacerse : como debía ser la mortaja, de que manera debía ser trasladado a la última morada, cuantas misas debían rezarse por su alma y un largo etc. Tal vez pensaran que para entrar en el Cielo convenía ir ataviado convenientemente y además bien iluminado por hachas y cirios. Las misas, parece ser, también eran importantes para conseguir la paz eterna.
    Un documento muy explícito el que nos ha traído.
    Saludos D. Ángel.

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  2. Nada más propio de aquel tiempo que la ritualización de la muerte. A pesar de todo, las disposiciones de don Manuel eran de la mayor sencillez. En otra ocasión referiré algún ejemplo mucho más barroquizante.

    Gracias por su comentario, doña Ambar.

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