miércoles, 27 de enero de 2016

LOS NEGOCIOS DEL ERMITAÑO DE NUESTRA DE LINAREJOS

Hace unos años escribí sobre un ermitaño del santuario de Nuestra Señora de Linarejos, situado en Linares, provincia de Jaén*. Se llamaba Pedro Luque Butrón, era natural de Estepa, Reino de Sevilla, e hijo de Bartolomé Luque Butrón y de María Calderón. Vivió en la segunda mitad del siglo XVII y durante los primeros años del XVIII. En 1709 testó ante el correspondiente escribano y dijo, con ejemplar conformidad, estar postrado "en cama de la enfermedad que Dios Nuestro Señor me ha servido me dar". Decía ser mozo -que era el nombre que se daba a los solteros- de más de sesenta años. Reconocía haber recibido, en su enfermedad, los cuidados de una terciaria franciscana llamada Damiana Laguna. Además de las habituales mandas piadosas, propias de los testamentos de la época, el ermitaño daba cuenta y razón de ciertas actividades no muy adecuadas para la vida eremítica. Pedro Luque no sólo rezaba, tañía campanas, barría y mantenía, con presumible decoro y cuidado, la ermita sino que también prestaba dinero.

En su testamento incluyó una nutrida nómina de deudores. En general se trataba de sumas modestas y medianas; desde los 15 reales de a ocho a los 500 reales de vellón, cantidad que le adeudaba don Juan Pessoa, probablemente de ascendencia portuguesa y judeoconversa, relacionado con el tráfico de plomo y la fabricación de alcohol, muy propio del Linares de aquellos años. La mayoría de los préstamos se limitaba a pequeñas transacciones realizadas con trajinantes y arrieros. Es seguro que cobraba algún interés a cambio aunque lo normal en la época era encubrir la operación como una acción desinteresada y ajena a cualquier intención lucrativa. El préstamo con interés se consideraba logro o usura, una práctica perseguida, mal vista y, además, condenada por la Iglesia. 

El ermitaño se manejaba muy bien con la gran variedad de monedas en circulación -vellón de distintas calidades, maravedíes, reales, ducados y escudos- muestra del desbarajuste monetario de la época. Aunque a una escala modesta, el santero de Linarejos contribuía a la economía local facilitando liquidez a los que carecían de ésta. No había sistema financiero ni bancos, ni otro recurso que recurrir a pequeños prestamistas para salir de apuros. Las garantías de devolución, muy precarias, se compensaban con intereses muy altos. Pedro Luque complementaba sus finanzas con unas discretas inversiones. En su testamento menciona una partida de 3.078 reales de vellón confiada a un vecino de Linares llamado Andrés Mosquera Tenorio, hombre de apellidos influyentes en la comarca.

El ermitaño quizás tenía sus escrúpulos de conciencia pues, como decíamos, tanto negocio no era ocupación muy acorde con su ministerio. Es posible que pretendiese restituir ganancias de dudosa licitud cuando decidió declarar "por mi única y universal heredera" a Nuestra Señora de Linarejos. Los bienes del testador se emplearían, tras su muerte, en el mantenimiento del santuario y obras piadosas. Si esto no era posible, mandó que su patrimonio pasase a disposición de los franciscanos del convento de San Francisco de Linares. A su manera, Pedro Luque -ermitaño y natural de Estepa- desmentía lo afirmado por Max Weber. Nadie podrá decir que, al menos en este caso, el catolicismo fue incompatible con el capitalismo.
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2 comentarios:

  1. La imagen que tengo de un ermitaño dista bastante de la del señor Pedro Luque. Todo un economista que además, y según nos refiere usted, contribuía a la economía del lugar facilitando liquidez.
    Saludos D. Angel

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  2. Luque era un hombre muy avisado. La vida en la ermita, la verdad, tan cercana a una población grande y bien situada, le daría muy buenas oportunidades para tratar con todo tipo de personas y, de paso, hacer sus negocios.

    Ruego perdone la tardanza en mi respuesta.
    Reciba usted mis saludos.

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