martes, 4 de octubre de 2022

DON FRANCISCO CORONADO Y VARGAS Y LA JURA DE FERNANDO VI

Don Francisco Coronado y Vargas nació en 1680. El nueve de octubre de ese año a las seis de la mañana, día de san Dionisio Areopagita, tembló la tierra en Jaén. Pensaron que la sacudida era un aviso por los pecados y el desorden de los tiempos. Éste era el mundo en el que don Francisco vivió su niñez y mocedad, el de los tristes días del reinado de Carlos II cuando parecía que el Reino naufragaba sin remedio alguno. Don Francisco debió de ser hombre animoso pues fue capitán de caballos en 1706, cuando la Guerra de Sucesión. No sabemos si llegó a combatir pero justo es decir que acudió al llamamiento de su Rey. Era lo que se esperaba de todo hombre de obligaciones pues era hidalgo y venía de tales desde tiempo inmemorial. Su padre, su abuelo y su bisabuelo ejercieron la alcaldía de la Santa Hermandad por el estado noble y los de su linaje pertenecieron a la cofradía de Santa María de los Caballeros que sólo admitía a nobles entre los suyos.  Fue, además, del hábito de Calatrava, veinticuatro de Jaén y perteneció al Consejo de Hacienda y a la Contaduría Mayor de Cuentas. Junto a lo anterior, tuvo el honor de ser nombrado gobernador de la Santa Capilla en 1734, año terrible en el que hubo muchas muertes por hambre. Después volvió a gobernar la Institución en 1745 y 1749. 


Cuando se juró a Fernando VI en Jaén, el 30 de octubre de 1746, don Francisco formaba parte del Cabildo municipal y le correspondió, como veinticuatro más antiguo, llevar el Real Estandarte hasta la Catedral en un gran cortejo formado por los trompetas de la Ciudad, cuatro reyes de armas, los ministros de la Justicia, el alcalde mayor, el teniente del corregidor, el Cabildo catedralicio,  los caballeros veinticuatro, los jurados y los escribanos del Cabildo. Una vez en la Catedral, el pendón fue bendecido por el Deán, entonaron el Te Deum Laudamus, repicaron las campanas y hubo salvas de honor disparadas por la tropa del Castillo, de la que era capitán el duque de Santisteban, teniente el marqués de Acapulco, gobernador de la Santa Capilla unos años más tarde, y alférez don Sebastián Jerónimo de Morales. Después, desde la galería de las Casas del Cabildo, en la Plaza de Santa María, el alférez mayor “diole toda la atención el silencio, y llamando tres veces a Castilla, tremoló el estandarte por el señor Don Fernando el sexto juró Jaén a su rey”. Era un ritual de profundo significado pues anunciaba la llegada de un nuevo rey y, con la continuidad de la Monarquía, la conservación del orden natural y legítimo de las cosas sin el que los reinos estaban condenados a la infelicidad y al caos. El gobierno de la Ciudad compartió su júbilo con el paisanaje “tirando gruesa porción de monedas de todos los valores” que mostraban por una cara al Rey y por la otra las armas de Jaén. Eran las llamadas medallas de proclamación que era costumbre lanzar para alborozo general. Mandaron acuñar para la ocasión tres modelos distintos en plata fundida. En una de estas medallas aparecía el busto del Rey, muy gallardo con su peluca y armadura.


El día amaneció soleado pero hacia las dos de la tarde llovió a mares como corresponde a nuestro octubre, entre la Virgen del Pilar y los Santos. Las aguas “empezaron como rocío y concluyeron como inundación”. Después se serenó el tiempo. Así lo hizo constar don Vicente Rodríguez de Medrano, secretario del corregidor y superintendente de Jaén y provincia, que escribió la relación de las solemnidades y festejos que duraron cuatro días.


(Ángel Aponte Marín,  publicado en Siempre, Santa Capilla de San Andrés, número 12,  2022.)


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