viernes, 5 de agosto de 2016

MESONEROS Y SOLDADOS (1703)



Los alojamientos de compañías representaban un insufrible engorro para los concejos. Los soldados no eran bienvenidos, no sólo por el gasto que suponían en cosas de comer, beber y arder, sino también por los ruidos, altercados y pendencias, inevitablemente aparejados a tanta gente moza, despreocupada y desenvuelta. Si la estancia se prolongaba más de la cuenta, los regidores se las tenían que ver con una papeleta de dificultosa resolución. El pueblo llano era el que más padecía las consecuencias de los alojamientos ya que la nobleza y los clérigos estaban exentos de estas cargas. A pesar de todo, en Jaén, al menos desde el siglo XVII, el Cabildo municipal optó por relevar a los vecinos de esta obligación, no sólo por evitarles molestias sino para no dar lugar a motines y violencias. De esta manera, el Concejo alquilaba una o más casas para alojar a las compañías o recurría a los mesoneros para que acomodasen, mal que bien, a oficiales y tropa. En febrero de 1703, ya iniciada la Guerra de Sucesión, se reclutaba una compañía en Jaén, y se optó por alojar la bandera en los mesones de la ciudad. Los mesoneros No podían estar conformes con esta costumbre pues -como bien dijeron Manuel de Córdoba y Antonio de la Cruz en nombre de éstos- "se les seguía gran perjuizio a sí, a los susodichos como a los huéspedes forasteros". Naturalmente nadie, a inicios del siglo XVIII y en su sano juicio, se hospedaba en un mesón repleto de soldados. Hágase cargo el lector del panorama y de las malas noches que se tenían que padecer en tales circunstancias. Los mesoneros propusieron, entonces, alquilar una casa y pagar a escote su arrendamiento, a lo que el Concejo no opuso objeción alguna.

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