viernes, 29 de julio de 2016
ESPADAS EN BAILÉN (1676-1685)
Comenzaré por Alonso de Aguilar Recena que tenía, en 1676, un aderezo de espada y daga. Martín Cobo Durillo, en el mismo año, era poseedor de "una espada y un tahalí". En 1677, Francisco Gámez Soriano declaró ser propietario de una espada y daga. Los honrados artesanos, como el odrero Bernabé Quesada, ceñían espada en 1682. En ese año, Juan Bernardo de la Fuente contaba con una espada y, además, con un coleto, prenda muy útil como protección, propia de soldados, cazadores y lidiadores; por su parte, Andrés de Aguilar inventarió "un adereço de espada y daga". En 1683, Melchor de Aguilar contaba entre sus bienes con otro equipo similar. Son dignos de mencionarse "un puñal de la zinta con un cuchillo pequeño", una espada y un sombrero, de Cristóbal de Godoy, según escritura de 1683. En ese año registró su espada Melchor de Muela. En 1684, Francisco de Aguilar decía tener una escopeta y una espada. Un caso especial es el de Francisco de Rus, también de 1684, que, quizás debido a su condición de alcalde ordinario, estaba muy bien pertrechado con una daga, una escopeta, un arcabuz y un mosquete. Sierra Morena estaba muy cerca y, en aquel tiempo, no era lugar para bromas.
Las espadas que he citado estaban valoradas entre los 19 y los 30 reales. Desconozco su calidad y procedencia. Quizás no eran las más adecuadas para la guerra o para espadachines reputados. Tampoco eran baratas si se tiene en cuenta el coste de un jornal de la época. El mosquete del alcalde ordinario, antes citado, valía 88 reales. Como tendremos ocasión de demostrar, estas armas no se llevaban de adorno.
lunes, 25 de julio de 2016
NIEVE EN VERANO (1730)
miércoles, 20 de julio de 2016
DESACATO (1623)
La política municipal era fuente de muchos conflictos y tensiones. No había partidos políticos, faltaba mucho para su existencia, pero sí había bandos y facciones. La relación de los caballeros veinticuatro con los corregidores no era siempre buena. Fue, en particular, muy mala con don Hernando de Acuña Enriquez, un corregidor de cuidado. Una muestra de tales desencuentros es la que refiero a continuación. En junio de 1623 el veinticuatro don Cristóbal de Berrio y Salazar estaba encausado por romper, ante el escribano Antonio Navarro, un mandamiento del corregidor de Jaen. Éste, naturalmente, procedió contra don Cristóbal y, además, contra don Lorenzo Lopez de Mendoza, también veinticuatro y hábito de Calatrava "y otros consortes". Negaba don Lorenzo su relación con el incidente descrito. Llegó el asunto hasta la Real Chancillería de Granada. Entre las posibles causas del suceso puede estar la resistencia del Cabildo municipal a autorizar las nuevas concesiones del servicio de millones, postura compartida por otros cabildos municipales andaluces con voto en Cortes.
miércoles, 13 de julio de 2016
LABRIEGOS AIRADOS EN LAS INFANTAS (1631)
En repetidas ocasiones he afirmado que el campo no era siempre ese remanso de paz que nos han contado. Pleitos por linderos, disputas por el agua, daños producidos por ganados, servidumbres de paso y otros motivos, eran fuente de desasosiegos y pesadumbres. En 1631, ante el escribano del Número Diego Blanca de la Cueva, compareció el labrador Bartolomé Colmenero. Dijo que se había querellado de Francisco Sanmartín Villar "en razón de aberle herido en la cabeza estando en el cortixo de las Ynfantas". No indica la víctima si sufrió estacazo, pedrada o golpe de azada. Colmenero decidió perdonar al agresor aunque dejando claro que " no lo hago por temor de que me faltare entero cumplimiento de justicia sino por servicio de Dios Nuestro Señor".
domingo, 10 de julio de 2016
TABERNERA PERSEGUIDA (1623).
domingo, 3 de julio de 2016
LA MUERTE DE UN CERRAJERO (1624)
Don Cristóbal Cerón y Armíndez estaba en la Cárcel Real de Jaén en 1624. Tenía diecisiete años y era hijo de don Pedro Cerón. Era de una familia hidalga de la que formaron parte caballeros de hábito y regidores. El encarcelado había matado a un cerrajero llamado Matías González a causa de una herida en la cabeza. La viuda, Melchora de los Reyes, perdonó al acusado a cambio de 300 ducados. Como veremos en distintos casos, era ésta una práctica frecuente, tanto para delitos graves como para otros de menor fuste. El caso que cito pasó ante el escribano Marcos de Ortega.