martes, 31 de mayo de 2016

LOS ESCRIBANOS Y EL VISITADOR (1644)

Una de las peores noticias que podía recibir un escribano del siglo XVII era la inminencia de la llegada de un visitador. Los escribanos, siempre sospechosos de toda clase de irregularidades, trapisondas y demás triquiñuelas temían estas inspecciones y hacían lo posible para aplazarlas bajo los más variados pretextos. Si había que pagar un donativo a la Real Hacienda se pagaba y el visitador podía quedarse en su despacho para mejor ocasión. Hubo concejos que, a iniciativa de los escribanos, compraron a la Corona el privilegio de no ser sometidos a visitas. Este hecho, según Campomanes, llevó a que muchos escribanos, al considerarse libres de cualquier fiscalización, cometiesen todo tipo de abusos, en especial los excesos en la cobranza de derechos y los cohechos. La Corona se vio obligada, con todo dolor, a devolver el dinero recibido y a dejar sin efecto tales exenciones. Los escribanos de Jaén que, en alguna que otra ocasión, eludieron estos controles, fueron visitados por el licenciado Ayala Manrique entre 1643 y1644. Antaño, según el ya citado Campomanes, estas pesquisas hacían temblar a los inspeccionados pero a mediados del XVII las cosas parece que se habían templado algo. Así, el Cabildo municipal de Jaén, del que dependían las escribanías del Número, quedó gratamente impresionado por diligencia -o la manga ancha- del visitador. En febrero de 1644, alabó "la aprovazión, rectitud y buen exemplo con que a prozedido [...] administrando justicia a las partes, visitando los rexistros y papeles de dichos escribanos y los de su jurisdicción y villas eximidas con tanto desvelo y cuidado que es fama pública, así de los caballeros y gente noble como de los religiosos y personas particulares, que es ministro tan cristiano y tan atento de quien se Su Magestad puede fiar negocios maiores de su real servicio". Ir por todas las escribanías de Jaén y de no pocos pueblos, tratando con profesionales de tan probada astucia no era tarea ligera aunque, a veces, el visitador podía convocar a los escribanos para que le llevasen, al lugar que él dispusiese, sus libros y legajos. No bastando los elogios mencionados, el Cabildo decidió escribir cartas a su favor y enviarlas "donde proceda" y, por supuesto, al Consejo de Castilla.

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